Miryam Muñoz RocHE
Mi Padre
y Mis Dos Amores
y Mis Dos Amores
CAPITULO I
Era el comienzo del verano en una isla
paradisíaca en Hawai cuando una mañana Victoria se despertó sobresaltada de una
pesadilla. En esta, ella bailaba un vals con su padre al lado del río donde
ella se bañaba cuando era pequeña, pero él de repente se caía al agua y la
corriente se lo llevaba. Entonces, ella se encontró bailando con el hombre más
guapo que jamás había visto. Despierta, un torbellino de imágenes de la
pesadilla pasaron por su mente mientras sudaba emocionada con desesperación
preguntándose por qué había tenido esa pesadilla. La brisa fresca entraba por
el balcón. Estaba silencioso y apenas empezaba a aclarar. Ella se dijo, “fue
tan sólo una pesadilla.” No sabía que esa pesadilla podría cambiar su vida
rápidamente, por eso, la olvidó y sonrió anticipando un buen día mientras
miraba un avión que desaparecía en una nube.
Más tarde, cuando vio el sol entrando a su
departamento penthouse en Waikiki, se levantó en su pijama rosado de ceda y
abrió la puerta corredera de vidrio que daba al balcón. De pie en el balcón, miró
al frente el mar azul mientras sentía la brisa fresca y miraba un yate que
avanzaba hacia el horizonte. Abajo en la famosa Playa de Waikiki, muchas
personas caminaban sobre la arena blanca mientras otros nadaban. Las palmeras
en los jardines alrededor del edificio se movían lentamente bajo el cielo azul.
Enseguida se bañó, se vistió, desayunó, y luego tomó su laptop y se fue a su
consulta donde trabajaba como psicóloga.
Cuando se subió a su Range Rover HSE, vio que eran las 8:30 horas
de la mañana y sonrió al oír KTUH radio de la Universidad de Hawai tocando una
de sus canciones favoritas. Ese miércoles, después que salió del
estacionamiento, ella se sumergió en el bullicio del tráfico en la Avenida
Kalakaua al frente de la Playa Waikiki. Era temprano. Afuera de los hoteles
frente a la playa, muchas personas se subían a buses turísticos mientras que
otros subían y bajaban equipaje. A ambos lados de la avenida, turistas vestidos con poleras, pantalones, y
aguallanas multicolores típicos de la isla, caminaban felices alrededor de la
playa y al frente de restaurantes, hoteles, y tiendas. Más adelante, se veían
turistas sentados en escaños verdes bajo la sombra de unas palmeras en frente
de la playa mientras que algunos niños saltaban y reían jugando a la orilla del
mar.
Poco rato después, ella subió por una calle
que serpenteaba un cerro llamado “Cabeza de Diamante.” A través del follaje a
la derecha, vio el mar azul con sus olas blancas. En la cumbre, se estacionó y
miró al frente al mar. Enseguida se bajó y vio a muchos jóvenes practicando
surfing. La brisa fresca de la mañana movía su cabello rubio largo y lustroso
sobre sus hombros. Cuando le tapó su cara, ella se lo echó para atrás con una
sonrisa.
De repente, el sol se escondió detrás de unas
nubes oscuras. Pensando que iba a llover, ella se apresuró para llegar a su
trabajo. Mientras conducía, pensó en la tarea basada en la
terapia cognitiva que le había asignado a su estudiante universitario
deprimido, Peter. Pensó que él todavía estaba a la defensiva después de algunas
sesiones para hablar de sus pensamientos inadecuados acerca de sí mismo y del mundo.
Cuando llegó al
edificio de treinta pisos con oficinas frente al mar, los enormes pilares en la
entrada principal le recordaron la gran mansión de campo de su familia. Incluso cuando llovía o estaba nublado, sonreía cuando llegaba al
edificio y caminaba a través del enorme lobby
de techo alto al ascensor y sus zapatos de tacón alto resonaban en el piso de
mármol. Esa mañana, la música clásica suave se escuchaba de fondo. Subió los
treinta pisos muy contenta. Cuando el ascensor abrió, ella se dirigió a su oficina.
Ahí, su secretaria, una mujer alta,
de piel bronceada, y pelo rubio sobre sus hombros vestida con un vestido
multicolor, la saludó sonriendo:
_Buenos días, Dr. Wellington.
-Buenos días, Marta –le respondió ella.
-Buenos días, Marta –le respondió ella.
En su oficina, Victoria se sentó detrás de su
escritorio y miró a su alrededor. Su oficina era enorme. Su gran escritorio de madera de cereza
estaba al lado de un enorme ventanal de vidrio de piso a techo con vista al
mar. El piso de mármol brillaba. Su silla y las dos sillas al frente de ella
eran de cuero de color café. En
una de las paredes estaban sus diplomas y en otra habían retratos de psicólogos
famosos. Uno de ellos era Freud. Cuando abrió su laptop, ella vio la agenda con
la lista de sus pacientes para ese día. Cuando su primer paciente, Peter,
entró, ella le ofreció café o jugo.
-Un café, gracias –le
contestó Peter en voz baja.
Victoria le dijo a su
secretaria que le llevara un café a Peter y uno para ella. Su secretaria rápidamente fue a prepararlos y estaba de vuelta con ellos
en una bandeja. Entonces, mientras Victoria conversaba
con su paciente, su celular sonó, pero ella no lo respondió. Antes que viera a
su próximo paciente, su celular sonó nuevamente, pero de nuevo no lo respondió.
Mientras leía en la ficha quien era el siguiente paciente se preguntó quién
pudo haber sido la persona que la llamó con insistencia. Miró su celular. Era
una llamada de Yannette, su hermana menor, de Chile. Esperó un rato y luego le
contestó. En segundos, tomó el celular y encontró que su hermana había dejado
un mensaje en el buzón de voz, “Hola hermana, nuestro padre está muy grave… ” Victoria
comenzó a llorar con mucha tristeza. Las lágrimas corrían por sus mejillas como
un río. Su voz se quebró cuando dijo, “Papá, que Dios y María santísima le
recobren su salud.”
Después de un rato, llamó a su hermana.
Temblaba mientras marcaba el número.
–Nuestro padre está muy grave –dijo Yannette
llorando.
–¿Qué le pasó?
–Está muy grave.
–¿A dónde lo tienen? –preguntó Victoria.
–En la cama –respondió su hermana llorando.
–¿Por qué no lo han llevado a la clínica?
–preguntó Victoria.
Su hermana guardó
silencio por unos instantes, pues no sabía cómo decirle la verdad a Victoria.
Pero luego, ella le dijo
llorando y sollozando:
–Nuestro padre
falleció.
Victoria se quedó en silencio por un largo
rato y dejó su celular sobre su escritorio. No podía creerlo. Después lloraba
con desesperación. Nunca había sentido tanta tristeza y
desesperación. Miró aquí y allá con desesperación. Luego, tuvo el coraje de
tomar el celular y seguir hablando con su hermana.
–Yannette –dijo Victoria.
–Hermanita nuestro padre falleció en mis
brazos, su muerte fue muy rápida.
–No puedo creerlo –dijo Victoria llorando
mientras pensamientos y imagines de su padre pasaban por su mente.
–Yo tampoco –contestó su hermana llorando.
Victoria pensó que a lo mejor su padre había
tenido un ataque y todavía estaba vivo. Por
eso le dijo a su hermana que llamaran a otros doctores.
–Victoria, yo sé que es difícil de aceptar,
pero ya está el certificado de defunción –dijo ella enternecida.
Victoria sintió mucha desesperación pensando
que a su padre lo habían dado por muerto cuando a lo mejor había tenido un
ataque. Ella se disgustó con su hermana y cortó la llamada. Lo ocurrido le dio
rabia. Victoria se puso furiosa. Pensó que seguramente estaban aburridos con su
padre enfermo y por eso no les importó pedir una segunda opinión. Después que
lloró por un rato, ella llamó a su hermana otra vez y le dijo que por favor
llamará a otro médico.
–¿Si quieres que llame a otro doctor para que
quedes conforme… lo haré? –dijo Yannette.
–Sí, por favor –le dijo Victoria como si
hubiese despertado de una pesadilla.
Muchos recuerdos, conversaciones, y imágenes bonitas de su padre pasaron
por la mente de Victoria. En su mente, vio la imagen de su padre muy clarita.
En un instante, muchas preguntas existenciales pasaron por su mente, como la idea
de que su padre seguía existiendo en el mundo espiritual y su memoria, pero no
en el mundo físico.
Minutos más tarde, Victoria se dio cuenta que
su petición que un segundo médico viera a su padre sería inútil, pues su padre
ya había fallecido. Entonces, pensó que su familia ya lo tiene que haber estado
vistiendo para ponerlo en el ataúd. Mientras ella reflexionaba, su hermana
Yannette la pasó a su hermana Carmen.
–Victoria, ¿cómo estás? –contestó Carmen con
su voz quebrada.
–¿Es verdad que nuestro padre falleció?
–preguntó Victoria con voz trémula.
–Si Victoria –contestó su hermana.
–¿Está tibiecito todavía? –preguntó Victoria
llorando.
–Sí.
–A lo mejor aún está con vida.
–No –dijo Carmen –el médico, su yerno, ya dio
su diagnóstico final.
–Pero… trata por
favor, de revivirlo dándole respiración boca a boca, así podría reaccionar
–Victoria dijo con desesperación.
–Está bien –escuchó decir a Carmen y fue a
darle respiración boca a boca a su padre.
La comunicación se cortó. Temblando, en un
estado de trance, Victoria caminó a la ventana de su oficina y la abrió.
Afuera, el cielo azul estaba cubierto con nubes oscuras mientras lloviznaba.
Mientras las lágrimas caían por las mejillas de Victoria, ella se preguntaba “¿Por qué
papá no esperaste un poco más? ¿Por qué no me dejaste verte vivo?” Sin dejar de
llorar, pensó que debía viajar a Chile lo más pronto posible.
Le dijo a su secretaria que cancelara todas
las sesiones para ese día y por dos semanas.
Luego, llamó a varias agencias de viaje, pero
ninguna le respondió. Con desesperación, se sentó en un sofá en un estado de
trance. Después se puso de pie y dijo en voz alta: “¡Papá ayúdame! Tengo
que llegar a tu lado y verte por última vez.”
Rápidamente, Victoria salió de su oficina
rumbo a su departamento. Afuera estaba lloviendo. Corrió bajo la lluvia hasta
su Range Rover. Cuando subió al vehículo, ella aceleró y condujo muy rápido.
Aunque ella se sentía muy triste y sus lágrimas le corrían por sus mejillas,
ella tenía la esperanza que de alguna manera iba viajar a Chile.
Ella disminuyó la velocidad cuando entró al
estacionamiento. De regreso en su departamento, ella se sentó en un sofá en el
living room y rápidamente comenzó a buscar información en la Internet sobre
vuelos a Chile. En algunas agencias de viajes, le respondían, “No hay vuelos a
Chile.” En otras, le preguntaban si tenía pasaporte. ¡Ella no lo tenía! Buscó
información acerca del pasaporte en la Internet. Era el atardecer y ella todavía no tenía
un billete de avión o el pasaporte. Desesperada, ella no sabía a dónde acudir
en busca de ayuda para conseguir un vuelo a Chile o un pasaporte. Victoria no
era de las personas que se daban por vencidas con facilidad. Después de haber
estado como una hora pensando cómo poder conseguir un pasaporte y viajar a
Chile, de repente, como si un ángel de la guarda la hubiese guiado a buscar la
oficina principal del pasaporte en Washington, llamó allí. Tan pronto que se
identificó y le explicó su situación a una persona, ella arregló una cita para
el día siguiente a las 9:00 de la mañana para hablar con alguien en el edificio
federal en Honolulu, donde emitían pasaportes. Victoria sintió un gran alivio. Nunca
pensó que las personas de ahí iban a ser tan humanitarias. Luego se dejó caer
en un sofá llorando mientras pensaba en su padre y en su pasaporte. Ella se decía que gracias a Dios se
había conseguido una hora para obtener el pasaporte.
Esa noche, casi no pudo dormir. Mientras lloraba,
le dieron deseos de llamar a alguno de sus amigos, pero luego pensó que era
bueno de llorar. Ella sabía que si llamaba a alguno de sus amigos, él o ella
iba a tratar de consolarla para
que no llorara. Pero, ella necesitaba
llorar para liberar su tristeza. La inseguridad si iba a poder conseguir
un vuelo a Chile la hacían sentirse muy triste y desesperada.
CAPITULO II
Al amanecer, la mañana siguiente, con la esperanza que le iban a poder dar un pasaporte en el Edificio Federal, Victoria todavía estaba llorando recostada en un sofá del living room. Tenía sueño, pues había pasado la noche en vela. Cuando el sol apareció en el horizonte, se puso de pie, se bañó, y se vistió con un vestido blanco y zapatos beige. Luego se dirigió a la oficina de pasaportes. No se maquilló esa mañana. Cuando se subió a su vehículo, ella pisó con fuerza el acelerador y el tiempo pasó volando. Antes de llegar al edificio federal, se detuvo en un estudio fotográfico y le sacaron una foto para su pasaporte. Ella no podía contener sus lágrimas mientras la persona trataba de tomarle una foto. En la foto, se veía joven como una adolescente, pero con sus ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar.
En el
Edificio Federal, ella se estacionó y bajó de su vehículo rápidamente y se
dirigió al enorme edificio de concreto de dos pisos y ventanales grandes. Eran
como cinco minutos para las nueve cuando llegó. Entró a un lobby y luego a la
oficina de pasaportes. Un
vigilante que estaba detrás de un mostrador le sonrió y le preguntó:
–¿Tiene hora?
-Sí.
-Por favor llene este
formulario –él le tendió un formulario para que ella llenara.
Cuando lo llenó y se lo dio de vuelta al vigilante, él le
dijo que esperara sentada hasta que llamaran su número. Ella le dio las gracias
y se dirigió a un asiento. Se sentó y le echó un vistazo a la fotografía para
el pasaporte. Sus lágrimas no paraban de correrle por sus mejillas. Ella nunca
pensó que iba a pasar por tal tristeza.
Más tarde cuando la llamaron, ella se acercó a
una ventanilla y un hombre la saludó y le preguntó en que podía ayudarla. Ella le
dijo su nombre y le explicó que había llamado a la oficina central de
pasaportes en Washington y que le habían dado una hora para conseguir un
pasaporte.
-Señorita Wellington, por
favor dígame si tiene el itinerario de su vuelo a Chile –le preguntó el agente.
-No lo tengo.
–No puede hacer ningún
trámite de pasaporte si no tiene el itinerario de su viaje –contestó el hombre.
–Es un viaje de emergencia. Mi padre falleció
y no he podido encontrar ningún vuelo –le señaló Victoria.
–Lo siento, pero necesito ver su itinerario
–contestó el hombre.
–Ayer vi que había un vuelo para hoy en la
tarde –le dijo Victoria.
–¿Pero cuál es el itinerario? –insistió el
hombre.
–Sale hoy día a las nueve veinte de la noche y
llega a Los Angeles mañana en la madrugada y está llegando a Santiago de Chile
a las cinco veinte el sábado en la mañana.
–El itinerario tiene que llegar aquí en forma
escrita –insistió el funcionario.
–¿Tiene Ud. que verlo? –le preguntó Victoria
frustrada.
–Sí –le contestó él escuetamente.
–Por favor, vea si puedo conseguir un
pasaporte sin un itinerario de vuelo.
–No se puede –le insistió el hombre.
–Trataré de buscar un vuelo… Muchas gracias,
¿puedo volver sin hacer otra cola? –le dijo Victoria angustiada y con sus ojos
hinchados de tanto llorar.
–Sí, claro –contestó él.
Victoria Salió del edificio y llamó a Walton
Bransford, uno de sus mejores amigos psicólogos, para que le consiguiera un
vuelo a Chile lo más pronto posible. Walton estaba trabajando en ese momento,
pero le dijo que no se preocupara porque le iba a conseguir un vuelo a Chile.
Sin el itinerario, ella no podía obtener un pasaporte y viajar a su país. Las
horas pasaban mientras esperaba que su amigo lograra ayudarla. Como a las 11:00
de la mañana, él la llamó para decirle que había encontrado el esperado vuelo.
El itinerario lo iban a faxear de inmediato. Victoria esperó una hora y como no
lo faxeaban entró a la oficina una y otra vez, para saber si habían enviado el
fax con el itinerario del vuelo.
–¿Llegó el itinerario de mi vuelo? –le preguntó Victoria al funcionario.
–No todavía –le respondió él.
Victoria le preguntó
a ese funcionario si podía avisarle cuando llegara el itinerario. Él le
contestó que “sí.” Victoria le dio su nombre y salió de la oficina. Ella
lloraba mientras caminaba por el pasillo hacia un ventanal de vidrio de piso a
techo con vista al césped salpicado con flores de los árboles. De pie junto a
la ventana, recorría con su mirada el césped mientras lloraba pensando que a su
padre lo estaban velando. Ella estaba desesperada por la inseguridad si le iban
a dar un pasaporte. Ella había
escuchado que los pasaportes se demoraban al menos dos semanas. El sol radiante
lo inundaba todo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. A veces
lloviznaba.
Rato después, desesperada, Victoria volvió a
la oficina y le preguntó al funcionario si había llegado el fax con el
itinerario.
–No señorita –le contestó él.
–Dijeron que lo iban a enviar de inmediato
–señaló Victoria.
–¡Pero no ha llegado! –le contestó él con
molestia.
Victoria salió de la oficina y fue a mirar
nuevamente a través de la ventana. Las horas pasaban y no le avisaban.
Ella volvió nuevamente a la oficina y le dijo
a otra persona que la ayudara.
–¡Por favor ayúdeme! –le suplicó Victoria.
–Sí… ¿dígame? –le preguntó la funcionaria.
–Son ya las 1:00 de la tarde y mi itinerario
de viaje que tenían que faxearme todavía no llega –le respondió Victoria con
angustia.
La funcionaria le pidió su nombre, “Victoria Wellington” le contestó ella.
La funcionaria lo anotó y fue a ver si el fax con el itinerario de su vuelo
había llegado. Este no había llegado.
–Por favor… ¿Podría buscar el itinerario de mi
vuelo en la Internet? –le preguntó Victoria.
–Es ilegal hacer eso –le contestó la
funcionaria.
–¡Por favor ayúdeme! –Victoria le suplicó.
La funcionaria la miró: –Bueno… lo intentaré
–le dijo compadecida.
Después de un rato la funcionaria apareció con
la información que Victoria tanto esperaba.
–Muchas gracias –le dijo Victoria muy
agradecida.
La oficina la cerraban en una hora más. La
funcionaria le pidió otros datos y comenzó a llenar la solicitud para completar
la información de su pasaporte. Durante un momento, Victoria salió del edificio
mientras le confeccionaban su pasaporte. Caminando por un pasillo que tenía un
techo de doble altura, Victoria sintió alivio de haber conseguido el itinerario
y poder viajar para ver a su padre, pero también se sintió triste al pensar que
a él ya lo estaban velando.
Afuera del edificio mientras esperaba el
pasaporte, ella llamó a su hermana.
–Yannette… ¡me conseguí el pasaporte y estoy
segura de que viajo! –le dijo con convicción.
–¡Qué bueno! –contestó su hermana.
–Llegaré el sábado, a las 5:20 de la mañana.
–Pero, a mi padre lo sepultarán el viernes en
la tarde.
–Por favor… consigue que me esperen un día más
–le dijo Victoria.
–Conversaré con las personas para decirte si
se puede esperar hasta el sábado –le contestó su hermana.
–Estaré muy feliz de ver por última vez a mi
padre… aunque sea en el ataúd –dijo finalmente.
Tratando que nadie se diera cuenta, Victoria
lloraba y sollozaba discretamente bajo el sol brillante de ese día mientras
caminaba por el césped del jardín del Edificio Federal.
Minutos más tarde, llamó a su hermana otra vez
y ella le contestó que sí se podía esperar. En algunos momentos le costaba
respirar y dejaba caer sus lágrimas mientras su hermana le contaba que su padre
se veía muy sereno en el ataúd, mientras los presentes le rezaban.
Por suerte, en menos de media hora, le
entregaron su pasaporte a Victoria.
-Aquí tiene su pasaporte, señorita –le dijo la
agente de pasaportes.
-Gracias, señora –le
dijo Victoria muy agradecida.
Enseguida, Victoria se apresuró a su Range
Rover mientras se sentía más tranquila y se decía, “Gracias a Dios me conseguí
el pasaporte que tanto esperaba.” Muy triste, se subió a su vehículo, salió del
estacionamiento, y viró hacia la calle donde se encontraba Ala Moana Shopping Center.
Luego comenzó a lloviznar y después… a llover torrencialmente. Conducía a alta
velocidad. Su vuelo salía a las 9:20 de la noche. Por eso tenía que hacer sus
compras de ropa, rápidamente, pues no tenía ropa negra. Sabía que su familia
tradicional andaría usando negro, por eso, ella también tenía que usar ropa de
ese color.
Ya en el shopping
center, primero compró zapatos, luego algunos trajes negros de marca Channel y
finalmente los bolsos y maletas.
En el interior del shopping, se escuchaba el
bullicio de las personas que caminaban en todas direcciones.
Luego, cuando salió del
centro comercial, se precipitó a su vehículo y condujo hacia su departamento.
Afuera, ya estaba oscuro. Durante el camino, ella llamó a Walton para que la llevara al aeropuerto. Entonces,
tan pronto que Victoria llegó a su departamento, ella puso la ropa en la mesa
del living room y comenzó a sacarles las etiquetas. En eso estaba cuando Walton
llegó y la ayudó a sacarle las etiquetas a las ropas. Ellos eran casi de la
misma edad y se llevaban muy bien. De repente cuando Walton tomó una blusa
blanca, un sostén se enredó en un botón de la blusa. Trató de desenredarla,
pero parecía que el sostén estaba pegado a la blusa. Victoria rió un poco avergonzada
cuando tomó el sostén y trató de desenredarlo. Las horas pasaban y afuera
seguía lloviznando. Entonces, terminaron el embalaje de las ropas en la maletas.
Por fin, estaban listos para salir. Ella estaba cansada y sentía hambre, pero
ni siquiera tuvo tiempo para comer algo.
Ni siquiera se cambió de ropa porque tenía que estar en el aeropuerto de Honolulu una hora
y media antes de la salida a las 9:20 de la noche. Ya eran las ocho y
diecisiete.
CAPITULO III
En minutos, Victoria y Walton salieron y se
precipitaron al aeropuerto en el vehículo de él. Ella sudaba mientras conducían
a través del tráfico denso en Waikiki. “Oh, Dios mío,” Victoria susurró con
ansiedad mientras avanzaban lentamente hacia el aeropuerto. Era tarde y había
mucho tráfico. Él hizo un gesto frustrado cuando el tráfico ni se movía.
-Dios mío, el tráfico no avanza –dijo Victoria desesperada.
Él se levantó un poco de su asiento y asomó su cabeza por la ventanilla.
Pasándose las manos por su pelo, él le dijo:
-Debemos girar a la
izquierda en el siguiente semáforo para salir de este atasco.
-Está bien, sólo quiero llegar al aeropuerto a tiempo -le dijo Victoria
con desesperación. A
ella le hubiera gustado de salir del vehículo y correr hacia la otra calle
paralela para tomar un taxi al aeropuerto. Ella sabía que de alguna manera
tenía que llegar a Chile. Por suerte, salieron del atasco de tráfico y entraron
en la autopista. Walton condujo peligrosamente sobre el límite de velocidad en
la autopista despejada. Cuando estaban a mitad de camino al aeropuerto, ella se
sentía arrepentida de no haber llamado a su ex novio. Mientras conducían en
silencio, ella deseaba que su exnovio no hubiese sido tan controlador y celoso.
Ella recordó que habían peleado porque él había hecho un escándalo cuando la
vio conversando con un amigo. Al principio, ella pensó que su romance iba a
terminar como en un cuento de hadas donde el príncipe y la princesa viven
felices para siempre, pero él se puso demasiado posesivo. Entonces, llorando,
le dio las gracias a Walton por haberla ayudado. Durante el camino, su amigo
trató de consolarla, pero ella lloró todo el camino al aeropuerto. Las lágrimas
rodaban por sus mejillas mientras recordaba a su padre feliz cuando conversaron
la última vez que lo vio.
Entonces, llegaron al aeropuerto y se
estacionaron al lado de la acera al frente de la aerolínea check in. Muchas personas entraban al aeropuerto.
Con lágrimas en sus ojos, Victoria rápidamente se bajó mientras su amigo sacaba
su equipaje del porta maletas.
Enseguida, ellos corrieron hacia dentro
del aeropuerto a través de la multitud con las maletas y los bolsos a cada lado
mientras las lágrimas corrían por la mejillas de Victoria. Adentro del aeropuerto,
mientras corrían hacia el mostrador de American Airlines, se escuchaba el
murmullo de los altavoces que anunciaban las llegadas y salidas de vuelos.
Entonces, ella sollozando le dijo
adiós a Walton.
-¡Muy buen viaje, Victoria! –le dijo
él con un abrazo y beso en la mejilla.
-Gracias -le dijo ella.
En minutos, ella
chequeó su equipaje. Entonces, cruzó el control de seguridad y entró en la sala
de espera de pasajeros a la puerta del
avión. En un mesón, le mostró su billete de avión a un agente de la línea
aérea y él le dijo que esperara hasta que otro agente de la aerolínea abriera
la puerta del avión. Mientras ella esperaba de pie, de repente, un destello de
recuerdos de su ex-novio pasaron por su mente. Ella trató de evitar de pensar
en esos recuerdos, pero entonces, dejó que las visiones continuaran. Sintió un
poco de remordimiento de haber roto su romance con él cuando en ese momento lo
echaba de menos. Ella deseaba que él hubiese estado ahí abrazándola, besándola,
y susurrándole palabras amorosas. Entonces, se preguntó, “¿No sería bueno si
estuviera viajando conmigo? Yo le diría que dejara todo para que se fuera
conmigo.” Sintió que
lo amaba y necesitaba estar con él. Victoria estaba sintiendo los dos extremos
de amor y tristeza. En pocos minutos, cuando un agente de la aerolínea dijo
que la puerta de embarque estaba
abierta, ella dirigió sus pensamientos y atención lejos de su ex-novio.
Pero luego mientras ella se subía al avión
que la llevaba a Los Angeles, ella deseaba que su exnovio le hubiese
gritado, “Te quiero, Victoria.” Se
imaginaba cómo la habría besado y tomado en sus brazos. Aunque anhelaba estar
con su ex novio y arrojarse en sus brazos, ella sabía que era mejor dejar de
pensar en él. Ella se sentía culpable por haber pensado acerca de su ex novio
cuando debería haberse concentrado en el duelo por su padre.
Después que abordó el avión que la llevaba a
Los Angeles, se sentó en la fila del medio con expresión triste y preocupada.
Las lágrimas corrían por sus mejillas rosadas. Su vestido blanco la hacía verse
más pálida y su pelo rubio sobresalía entre otras personas con el pelo oscuro.
Esta vez ni siquiera se dio cuenta cuando el
avión despegó. Solo lo hizo cuando éste había tomado altura. A menudo, las
azafatas le preguntaban a los pasajeros si necesitaban algo. Se quedó dormida
sollozando. Solo despertó cuando las azafatas comenzaron a ofrecer comida. Ella
no se sirvió nada. Ella sólo quería llegar luego al lugar en que estaba su
padre.
Ella tuvo que arrebozarse con una frazada,
pues hacía frío. Siguió durmiendo y sólo despertaba con los vaivenes del avión.
Ese día, el vuelo a Chile con escala en Los
Angeles, California y Perú iba a demorar como doce horas. Durante el vuelo de
Honolulu a Los Angeles, Victoria durmió casi todo el viaje.
A las cuatro de la madrugada, el capitán del
avión anunció que los cielos estaban despejados en Los Angeles y que
aterrizarían como en una hora y veinte minutos. Entonces, ellos se aproximaban
al aeropuerto.
–Señores pasajeros, su atención por favor –Victoria escuchó decir
al capitán, por los parlantes del avión. Luego, el copiloto agregó: –la
compañía Aerolíneas Americanas anuncia la llegada de su vuelo quinientos diecisiete
a Los Angeles, California en quince minutos.
Luego, el avión se preparó para aterrizar.
Después de algunos minutos, estaban sobrevolando el Aeropuerto Internacional de
Los Angeles. A bordo del avión, la azafata dijo por los parlantes:
–Señores pasajeros, por favor colóquense el
cinturón de seguridad pues vamos a aterrizar.
Enseguida, el avión aterrizó. Victoria llegó al aeropuerto de los
Angeles a las cinco veinte horas como estaba establecido en el itinerario. Sacó
el bolso de mano que había colocado en el compartimiento de arriba y el otro
que tenía bajo su asiento. Luego salió del avión. Mientras caminaba por el
lobby del aeropuerto, escuchó a muchas personas que hablaban en castellano y
inglés.
–¡Qué gentío! –pensó.
Pasajeros de diversas partes del mundo
caminaban para uno y otro lado. Sin dejar de pensar en su padre, fue a un
restaurante para tomarse un vaso
de leche con chocolate. El avión de Los Angeles a Chile, despegaría a las 1:20
horas de la tarde, pero tenía que estar en el aeropuerto una o dos horas antes.
Quiso salir del aeropuerto para ir a conocer la ciudad, pero luego pensó que
podría perderse. El tiempo pasó muy rápido. Como a las 12:20 de la tarde en el
aeropuerto internacional de Los Angeles, anunciaron por los parlantes:
–Señores pasajeros, su atención por favor, LAN
Chile anuncia la salida de su vuelo 777, con destino a Santiago de Chile.
Victoria caminó entre la gente y el bullicio
de muchos pasajeros a chequear sus bolsos. Luego fue a la puerta número 17 para
subir al avión. Había un grupo de pasajeros frente al mesón donde tenía que
mostrar el número de su vuelo y asiento. Mientras esperaba para mostrar sus
bolsos, una auxiliar de la línea aérea le habló:
–Señorita, usted puede viajar sólo con un
bolso y una cartera.
–Éste es mi bolso y ésta es mi cartera –le
contestó Victoria tocando sus cosas.
–Tiene que dejar un bolso. Decida Ud. ¿Cuál
lleva y cuál deja?
–Necesito mi bolso y también mi cartera.
–Ese bolso es muy grande para ser una cartera
–le señaló la mujer a Victoria.
–Bueno, está bien –respondió Victoria.
En uno de los bolsos estaba su ropa oscura y en
el otro su laptop. Después que la auxiliar de la línea aérea pesó los bolsos,
Victoria le dijo que dejaría el bolso con su laptop. Como quince minutos más
tarde, la auxiliar se acercó a Victoria nuevamente y le dijo:
–La dejaré que suba con ellos, pero si hay
personas que no tienen lugar para colocar sus bolsos, usted tendrá que dejar
uno.
–Está bien, muchas gracias –respondió
Victoria.
En cinco minutos, Victoria mostró su número de
asiento en el mesón de embarque y luego caminó al bus rumbo al avión.
Enseguida mientras subía las escaleras del
avión, un joven alto se le acercó y le dijo:
–Buenas tardes señorita, ¿puedo ayudarla?
–Sí por favor –contestó ella, mientras le
pasaba los bolsos y le daba el número de su asiento
–Es un gusto –respondió el joven.
–Muchas gracias –le dijo Victoria.
Ella caminó agradecida detrás de él. Un poco inquieta, ella se sentó.
Luego se sintió segura de que la auxiliar no la encontraría para decirle que
sacara un bolso. Victoria se sentó en una fila del medio donde había tres
asientos. No quería sentarse al lado de la ventanilla. Al poco rato después, el
asiento de la derecha se desocupó. Muy pronto, los asientos del avión se
llenaron de pasajeros. Antes de despegar, el capitán del avión dijo por
micrófono: –Señores pasajeros, les solicito colocarse los cinturones pues vamos
a despegar. Les deseo un feliz viaje a Santiago de Chile, con escala en Lima,
Perú.
Como Victoria no hallaba las horas de llegar a
Chile, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas cuando escuchó las
palabras Santiago de Chile. El viaje duraba como siete horas. Más tarde, las
azafatas comenzaron con sus carritos a distribuir comida a los pasajeros. En el
avión, la música clásica la hizo sentirse más triste y desesperada. Pensaba que
tan sólo podría ver a su padre por la ventana del ataúd. Las lágrimas
nuevamente corrían por sus mejillas. Después de un rato, las azafatas le
sirvieron queque con mermelada de durazno. La comida estaba buena. La Coca-Cola
estaba muy refrescante. A veces, el joven atractivo que la había ayudado con
los bolsos, la miraba y sonreía. Ella no quería que la viera llorar. Nunca se
imaginó que iba a pasar por esa tristeza tan profunda, pensó mientras comía.
Victoria sentía que sus sueños e ilusiones se
le habían derrumbado con la muerte de su padre. Pero también pensó que su
padre, desde el alto cielo le daría fuerzas para llegar a ser una escritora
famosa. Después que comió, mientras el avión atravesaba el océano pacífico,
Victoria se puso a escribir sus emociones para expresar su profundo dolor por
su padre. Su mente estaba ocupada con su recuerdo. Ella se dijo, “Escribo esta
novela en honor a mi padre y como Shakespeare, me gustaría adaptarla a una obra
de teatro o a una película.” Después de un rato miró a su alrededor. Algunas
personas conversaban, mientras que otros se deleitaban viendo películas en sus
pantallas al frente de ellos. Otros escuchaban música. De repente, las azafatas
pasaron ofreciendo Coca-Cola, agua, o vino. Hora más tarde, les sirvieron la
cena. El pollo asado con arvejas, puré de papas, ensalada de tomate, y el
postre de uvas con queque se veían deliciosos, pero nada le apetecía.
–Vino tinto, por favor –le solicitó a una
azafata, pues quería quedarse dormida.
–Si, como no –contestó ella.
Pronto Victoria se tomó unos sorbos de vino.
Luego se tomó, al seco, la copa grande que le dieron. No había bebido vino
desde hacía tiempo. Se sintió un poco mareada.
Horas más tarde se despertó. Miró a su
alrededor. Había silencio en el avión. De vez en cuando, escuchaba a algunas
personas caminar por el pasillo hacia el baño.
Luego, el piloto anunció que el avión
aterrizaría en una hora.
“El avión hará una escala de una hora, en Lima, por eso se les
recomienda a los señores pasajeros que no se bajen.”
Victoria comenzó a sentir frío mientras se
aproximaban a Lima. A los pocos minutos, la aeronave estaba aterrizando en el
aeropuerto de Lima.
Durante la escala, ella no podía contener sus
lágrimas. Algunas personas bajaron y otras subieron al avión. Una hora más
tarde, el avión despegó con destino a Santiago, mientras Victoria pensaba sobre
la novela que había comenzado a escribir sobre su padre. Ella se preguntaba si
la escribiría en tiempo presente o pasado. El tiempo pasado la hacía sentir que
no estaba sufriendo por la muerte de su padre. Un minuto más tarde, ella no
dejaba de preguntarse cómo sería si escribiera su novela en el tiempo presente.
Pensó que su espíritu lloraba como una tempestad con truenos y relámpagos.
Dos horas antes de que el avión aterrizara en
Santiago, abrió un bolso que tenía debajo del asiento, sacó una chaqueta negra,
un pantalón negro, y zapatos blancos. En el baño, se cambió la ropa y luego
retornó a su asiento. Mientras hacía esfuerzos por no llorar, más le corrían
las lágrimas.
CAPITULO IV
Hacía mucho frío el sábado a las cinco veinte de la
madrugada cuando el avión que la traía a Victoria aterrizó en el Aeropuerto
Internacional de Santiago. Triste con sus ojos llenos de lágrimas dio vuelta su
cara hacia la ventanilla del avión y vio mucha neblina en medio de luces.
Luego, entre un montón de personas, se abrió camino y bajó rápidamente. Afuera
fue a la aduana para mostrar su pasaporte y conseguir visa de turista. Entonces
fue a buscar sus maletas. Después, mientras caminaba tiritando de frío y
tristeza, respiraba profundamente para no llorar tanto y salir del aeropuerto.
De repente, vio a su madre, quien era alta, rubia, y de alegre ojos azules, que
en ese momento se le veían hinchados de tanto llorar. Ella estaba junta a su
hija menor, Yannette, esperando a Victoria en medio de un amontonamiento de
personas. Su madre y su hermana se veían muy tristes con sus abrigos negros y
botas negras. No las había visto hacían muchos años. En un primer momento no
las reconoció, pues se veían distintas. Pero después, Victoria se apresuró para
encontrarse con ellas. Nunca pensó que las iba a ver tan triste. Le dieron
ganas de llorar fuerte, pero con esfuerzo se retuvo.
–Hija, tu padre –le dijo su mamá llorando y
Victoria la abrazó llorando también mientras su hermana lloraba a su lado para
compartir su duelo.
Después que se saludaron, caminaron hacia
fuera del aeropuerto y se dirigieron al Range Rover de su hermana. El frío
llegaba a rasguñar su piel esa madrugada. Victoria se dio cuenta que su madre
estaba mucho más delgada que cuando se había ido a los Estados Unidos. Mientras
caminaban, conversaban. En el vehículo, su hermana colocó la calefacción y
siguieron conversando.
–Hija, tu padre tiene que estar muy contento
con tu venida –dijo su mamá.
–Sí mamá, como hija era mi deber estar aquí
–contestó Victoria.
Luego, Victoria se dio cuenta que su madre la
miraba en silencio, mientras sus lágrimas le corrían por sus mejillas.
–Gracias a Dios que pudieron esperar un día
más –dijo Victoria con su voz quebrada.
–Si… teníamos que esperar por ti –respondió
Yannette mientras las lágrimas le corrían por sus mejillas.
Durante un rato, a las tres, se les cayeron
las lágrimas, luego siguieron conversando. Más adelante, el Range Rover entró
por unas calles angostas. Las casas, a ambos lados de la calle, se veían con
sus paredes rayadas con grafito. Se percibía el olor a humo, que salía por las
tuberías de las casas. Más adelante, la niebla se veía como humo cuando el
vehículo entró a unas calles más anchas. Estaba comenzando a amanecer. Por
momentos se empañaban los vidrios con el frío de la mañana. Mientras tanto,
Victoria miraba las casas grandes que había en ambos lados de la calle. Poco
rato después, pasaron frente a unas casas con grandes jardines. Después
doblaron a la derecha y por primera vez, después de muchos años, Victoria
divisó los altos pilares de la casona familiar. Desde lejos, se divisaban las
lámparas encendidas en algunas piezas que tenían las cortinas corridas. El
Range Rover pasó a través de un portón de fierro y siguió por un callejón con
árboles altos en ambos lados que daba a la mansión en el interior. Se
estacionaron frente a la mansión al lado del jardín. En el patio se encontraba
un empleado quien se apresuró a encontrarlas. Se bajaron del vehículo. La casa
estaba silenciosa esa mañana. Luego, la gran puerta de la entrada se abrió y
Victoria se sorprendió cuando vio salir a una niña blanca como nieve de pelo
largo y rubio, ojos azules, como de doce años.
–Mi hija, Katherine –dijo Yannette enternecida.
–Hola tía –dijo su sobrinita corriendo a
saludarla con un semblante gracioso, pero con sus ojos lagrimosos.
Victoria se imaginaba que sus sobrinitas
estaban más chicas, pero Katherine estaba súper alta.
Era temprano todavía, todos estaban acostados.
Caminaron directo a los dormitorios donde estaban durmiendo sus sobrinos, otras
hermanas y hermanos. Primero pasaron por el dormitorio de sus hermanas. Triste
muy triste llorando se abrazaron. Sus hermanos despertaron al escuchar sus
llantos. Luego fueron a sus dormitorios. Se abrazaron llorando sin decir una
palabra. Después que conversaron durante un rato. Victoria siguió saludando a sus otros familiares.
Cuando entró a otro dormitorio, vio a unas
niñitas adolescentes que se sentaron en la cama.
–¿Quiénes son ellas? –Victoria le preguntó a
Yannette.
–Ella es Yosi. Mi otra hija y ella es Lesly.
La hija de Marlenne, nuestra prima –dijo Yannette.
Llorando se saludaron de abrazo y beso. Yosi
no tenía la piel tan blanca como Katherine, pero como ella tenía la nariz
respingada como su abuelo. Luego fueron a otro dormitorio.
–Marlenne –dijo Yannette.
Se abrazaron llorando. Victoria encontró a su
prima más aseñorada, pero tan blanca como ella. Sabía que se había casado y que
tenía dos hijas, Lesly y Pamela quienes eran súper inteligentes. Pamela se
estaba recibiendo de asistente social de la Universidad de Chile. Después,
Victoria fue a los demás dormitorios. Anduvo harto rato saludando a sus
familiares. La casa como de treinta piezas estaba llena con ellos. Luego, su
madre le dijo que toda la familia se reuniría en la capilla del Parque del
Recuerdo, a las nueve de la mañana. Victoria se acostó. En la cama no podía
dormir pensando en las imágenes de su padre. Después de una hora se quedó
dormida. Un rato después, con el ruido de las conversaciones que entraba por la
puerta de su dormitorio, que estaba entre abierta, despertó. Victoria miró su
celular y vio que eran las ocho de la mañana. Ella se levantó, duchó, y cambió
de ropa. En el comedor y living y por toda la casa, se encontraban varios
familiares que habían llegado y seguían llegando para ir a la capilla donde
estaban velando a su padre. Algunos lloraban mientras otros conversaban.
Algunas señoras que sabían el Rosario lo rezaban en la capilla.
CAPITULO V
A las nueve
de la mañana, los familiares y sus amistades se juntaron tristemente para ver
por última vez a su padre. Ese día, mi hermana Yannette manejó su Range Rover.
En él, algunos de sus hermanos, hermanas, y su mamá se fueron al Parque del
Recuerdo. En silencio, Victoria sentía que sus lágrimas le corrían por sus
mejillas. Todos sabían que ese día sería la última vez que lo verían. Estaban
destrozados de pena.
Cuando llegaron al Parque del Recuerdo, vieron
su imponente puerta de entrada, muy alta, de fierro macizo. Al entrar, vieron
sus hermosos jardines llenos de flores y césped. Después que el vehículo se
estacionó, caminaron rumbo a la capilla por unos pasillos con techos altos con
piso de granito. Se sentía música clásica… de Sebastián Bach. La música los
hacía sentirse más triste. Antes de entrar a la capilla, Victoria escuchó que
le estaban rezando a su padre. La puerta de la capilla estaba abierta.
Llorando, ella vio el ataúd de su padre que se encontraba cubierto de flores.
Sus familiares y amistades lo rodeaban. Era café, tallado con la imagen del
papa Juan Pablo Segundo. Llorando, Victoria miró a su padre a través del vidrio
del ataúd. Ella se dio cuenta que la cara de su padre estaba estiradita. Le
costaba verlo porque sus ojos lloraban. La pena y la profunda tristeza la
desesperaron.
–Antes de que llegaras, tu padre tenía una
lágrima en el ojo derecho –dijo su madre llorando.
–Pero ahora no la tiene –contestó Victoria
llorando mientras lo miraba y lo encontraba tan delgado y diferente como lo
había visto por última vez.
–Si hija –contestó su mamá.
–Creo que fue la lágrima que hizo posible que
viniera –le respondió Victoria.
–Tu padre tiene que estar feliz de que estés
aquí –dijo su mamá.
Victoria besó el vidrio sobre la cara de su
padre y le dijo –Papá, te quiero muchísimo y gracias por permitirme verte otra
vez.
Los familiares más cercanos rezaron el Rosario
alrededor de su padre mientras sus amigos rezaban a su lado. Después, se
sentaron alrededor de su padre. La capilla adentro y afuera estaba llena de
familiares y amigos. Victoria también vestía un traje negro. Muchos familiares
y amigos se le acercaron a Victoria para abrazarla y darle el pésame. Uno de
los jóvenes se le acercó.
–¿No me conoce? –me preguntó.
Victoria lo miró y luego lo reconoció que era
uno de sus sobrinos que estaban chicos cuando ella se fue al extranjero. Ahora
su sobrino estaba súper alto. Algunos de sus sobrinos andaban vestidos con
uniformes de las fuerzas armadas. A veces rezaban. Victoria dispuso que los
familiares y amigos hablaran de anécdotas o experiencias bonitas con su padre.
Desde el cielo su padre tiene que haberlos escuchado. Una de las anécdotas, se
refería a lo ocurrido una vez en el campo, cuando su padre estaba recostado
bajo la sombra de un árbol y un ternerito se le acercó. Luego, poco a poco este
animalito le sacó el pañuelo del bolsillo del pantalón y como un niño
desordenado corrió por el campo y se lo comió.
Más tarde rezaron nuevamente. A las cuatro de
la tarde, sacaron a su padre para sepultarlo en el patio santo del Parque del
Recuerdo que es el lugar más prestigioso de Chile. Lo pusieron en un carrito y
lo llevaron lentamente al lugar de su entierro, mientras ellos caminaban detrás
de él. Minutos después llegaron al lugar. Habían colocado un toldo, muchas
flores y varios asientos. A su padre lo colocaron sobre hartas flores. Los
familiares más directos se sentaron frente a él. Le rezaron y luego se escuchó
la canción “Viejo Mi Querido Viejo,” de Leo Dan que era su canción favorita.
Luego se pusieron de pie para escuchar un discurso del nieto mayor, regalón de
su padre.
Los familiares y amigos, lloraban mientras
escuchaban el discurso. Antes de bajar el ataúd, un sacerdote lo bendijo con
agua vendita y ellos le rezaron y lo miraron por última vez. Llorando, miraban
el cuerpo de su padre que lentamente bajaba cubierto de flores al paraíso del
Señor Jesucristo. Abrazados se consolaban pidiendo que el señor Jesucristo lo
recibiera con los brazos abiertos y en paz.
Después que lo sepultaron, caminaron en silencio
de regreso al estacionamiento, subieron al Range Rover y salieron del Parque
del Recuerdo con una sensación de pérdida y profunda tristeza. Desde afuera
miraban el lugar donde estaba su padre. Nuevamente las lágrimas rodaban por sus
caras.
–Se quedó en un lugar con muchos árboles y
flores… como su campo –dijo su mamá sollozando.
CAPITULO VI
Al día siguiente al amanecer, en medio
de la tristeza y frío, Victoria subió al segundo piso de la mansión con una
humeante taza de café. De pie en el balcón de la biblioteca, contempló el
jardín pensando en su padre mientras tomaba sorbos de café. El cielo estaba
pálido, pero mientras éste cambiaba de color, ella se decía que ahora nada era
igual sin su padre. Sentía nostalgia de pensar que ya no escucharía las conversaciones
interesantes de él. Esa mañana, fue difícil de describir sus emociones mientras
ella recordaba y revivía el pasado con su padre. Ante la muerte de su padre,
Victoria sintió que todo el pasado volvió a despertarse en lo más profundo de
ella. Su padre era médico pero le gustaba mucho su fundo. Él era el mayor de
dos hermanos. Cuando niño tenía una nana que les hablaba en castellano e inglés
Británico. En los veranos, sus padres, su hermana, y él, quienes eran muy
blancos y tenían los ojos azules, viajaban muy seguidos a Inglaterra y Francia,
pues todavía tenían familiares allá. Su padre y su hermana hablaban inglés con
acento británico. Cuando tenía diecisiete años, su padre entró a la Universidad
Católica a estudiar medicina. Estudió por un tiempo y después se cambió de
carrera. Le gustó estudiar psicología. Siguió estudiando esa carrera. Con su
personalidad amable se ganó el cariño de todos sus compañeros. Tenía carisma y
era un gran conversador. Su padre atraía a las personas. Las mujeres se enamoraban
fácilmente de él. Después de un año, volvió a la carrera de medicina y se
graduó como médico. Por un tiempo ejerció su profesión, pero luego se incorporó
a la escuela militar.
En el verano del 1945, cuando era oficial de
ejército, su padre conoció a su esposa en una fiesta de gala en la escuela
militar. Él vestía su uniforme. Las mujeres lo encontraban seductor y lo miraban.
Pero él se enamoró de la madre de Victoria, a primera vista.
Ella estaba estudiando en una escuela normal
para ser profesora de literatura inglesa. Él no quiso seguir la carrera
militar. Se retiró y se casó con la mujer que amaba pensando que iba a trabajar
como médico.
Se fueron a vivir a una casa grande del fundo
de ella en el sur de Chile. Al año siguiente, días antes de la Navidad nació,
Magaly, su primera hija. Al año siguiente, Carmen. Ambas eran muy rubias y de
ojos azules. Después nació Hugo, después Victoria, y luego sus hermanos
Yannette y Roberto.
Sus padres le
habían contado a Victoria que tenían nanas y varios empleados para que hicieran
las cosas. Por eso, cuando eran niños, muchas veces, su papá y su mamá los
sacaban en coche a pasear alrededor del jardín. Las nanas les ayudaban mientras
los empleados cocinaban o limpiaban alrededor. Después de veinte años, la hija
mayor se casó y en ese año tuvo su primer hijo. Su padre estaba chocho con su
nieto. Con él salía a recorrer el fundo. El nieto era rubio como sus padres y
abuelos. Su hermana y su esposo eran médicos. A veces, dejaban a su hijo con
sus padres. El año siguiente, su hermana tuvo una hija. Era rubia y de ojos
azules. Su hermana y su cuñado también dejaban a su hija en la casa de sus
padres. Un año después, nació otro hijo. Él, como su hermana, creció más cerca
de sus padres, que de sus abuelos.
Magaly y su esposo
seguían la tradición de tener empleados que usaban uniforme. Su hermana Magaly
invitaba a sus padres a las termas o a piscinas temperadas. Su padre y su madre
las disfrutaban con sus nietos. De vez en cuando, los niños querían meterse en
la piscina de la casa, pero ésta no estaba temperada en el otoño y invierno. A
sus padres les encantaba ir con su hija, yerno, y nietos a las cabañas que
tenían piscina temperada en el invierno. Los niños parecían ingleses. Eran
altos y muy rubios. Ellos habían sacado sus títulos muy jóvenes, como el resto
de la familia. En la casa, de pequeños se reforzaba la buena educación para que
los niños aprendieran. Eso inspiró a Victoria a estudiar psicología cognitiva,
con especialidad en aprendizaje en la Universidad de Cambridge. Cuando Victoria
estaba en los Estados Unidos y en Inglaterra, su familia insistía en que ella volviera a Chile.
–Victoria ¿Cuándo vas a venir a tu país? –le
preguntaban sus padres cuando conversaban por teléfono.
–Cuando saque mi doctorado en psicología y
literatura inglesa –les respondía Victoria.
Así el tiempo se le pasó estudiando en la
universidad y obteniendo muchos títulos. Mientras mejor le iba en sus estudios,
más títulos quería obtener. Después, no tan sólo quería obtenerlos, sino que
también quería construir una Universidad prestigiosa como Cambridge. Para obtener
esa meta, escribió algunas novelas y estudios sicológicos. Sabía que iba a
obtener dinero publicándolas. Algunas las había escrito en castellano. Otras en
inglés y francés. Los escritores más famosos como Hemingway, Fitzgerald,
Wordsworth, Shakespeare, Le Carré, Flauvert, Chateaubriand, Balzac, Nerval,
Jean de Meun, Thomas Moore, la habían inspirado. Algunas novelas las había
escrito desde el punto de vista psicológico y social. Ella casi nunca se tomaba
vacaciones. Se lo pasaba todo el tiempo estudiando, trabajando, y escribiendo.
Se resistía a viajar a su país, sin haber tenido éxito en todo. Ya había
logrado casi todo: Sus estudios, una profesión, y sus novelas. Estaba pensando en
publicar las novelas en el verano cuando en Chile era otoño. Pero, no pudo
resistir más cuando su padre murió. Sintió que todo lo que había obtenido no
tenía la importancia de la vida de su padre.
“Debería haber venido a Chile cuando él estaba vivo. Mi hija vino a
darme la despedida, mi padre tiene que haber pensado cuando me vio,” ella se
dijo llorando.
Ese día que Victoria supo de la muerte de su
padre, a ella no le importaban los títulos, novelas, o cosas materiales, pues
tan sólo quería estar al lado de su familia. El cambio fue brusco y se deprimió
como lo refleja Van Gogh en su pintura “The Starry Night,” en la cual como ella
sintió que el mundo se transformaba en un huracán.
Esa mañana, después que Victoria pensó en su padre, ella bajó al comedor
principal para desayunar con sus familiares y amigos. Hacía frío y estaba
lloviendo. Victoria no tenía apetito, pero igual se tomó una tasa de leche con
café, tostadas con mantequilla y mermelada de durazno. Comieron en silencio. De
cuando en cuando alguno decía algo. Al poco rato, ellos terminaron de desayunar
y luego se pusieron de pie y fueron a la terraza cuando paró de llover. Ellos
dispusieron de dar un paseo por el patio. Pero antes de hacerlo, ellos se
colocaron chaquetones. Luego salieron. Ellos se dirigieron al jardín. Ahí,
ellos se pararon al lado de la fuente con agua. Ellos recordaron que cuando
eran niños les fascinaba de jugar alrededor de la fuente. Mientras conversaban
se escuchaba el zumbido de las abejas que volaban alrededor de una enredadera. Entonces,
continuaron caminando y fueron a la cancha de tenis. Ahí, Victoria recordó
cuando su padre jugaba tenis con ellos. En su imaginación, ella podía escuchar
el ruido de la pelota de tenis. De repente, el perro pastor alemán se puso a
ladrar y llegó a su lado jugueteando moviendo su cola. Así, ellos se
entretuvieron caminando y conversando alrededor.
En la tarde, se reunieron en el comedor y
cenaron muy tristes, pues se sentía la ausencia de su padre. A través de los
grandes ventanales se veía la neblina, como humo. Estaba lloviznando.
Ese día se acostaron temprano. Mientras dormía,
Victoria soñó que veía a su padre
paseando por un jardín. Él caminaba entre rosales, jazmines, claveles, y
camelias. Sonreía cuando las flores altas le rozaban su cara. Era primavera.
Los tallos de las flores crecían y rápidamente se transformaban en flores. Cuando
Victoria trataba de acercarse a él, su padre se elevaba flotando en el aire. Su
cuerpo estaba cubierto de flores. Ella corría por el jardín mientras él flotaba
alrededor de los árboles y enredaderas que colgaban desde los balcones. Después,
él se transformaba en flores y luego volvía a ser él de antes. Victoria
despertó llorando. Por un rato pensó en el sueño. Memorias fragmentadas de éste
la hacían pensar en el significado de la existencia. Su padre existía en el
mundo de las ideas puras como los pensamientos, lo cual la hacía recordar las
ideas filosóficas de Platón y Descartes. Luego, mientras pensaba en el sueño,
se acordó de un poema de Gérard de Nerval, en el cual el jardín se transforma
igual que en su sueño. Se quedó dormida otra vez.
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