Friday, July 1, 2016
Miryam Muñoz RocHE
Mi Padre
y Mis Dos Amores
y Mis Dos Amores
CAPITULO I
Era el comienzo del verano en una isla
paradisíaca en Hawai cuando una mañana Victoria se despertó sobresaltada de una
pesadilla. En esta, ella bailaba un vals con su padre al lado del río donde
ella se bañaba cuando era pequeña, pero él de repente se caía al agua y la
corriente se lo llevaba. Entonces, ella se encontró bailando con el hombre más
guapo que jamás había visto. Despierta, un torbellino de imágenes de la
pesadilla pasaron por su mente mientras sudaba emocionada con desesperación
preguntándose por qué había tenido esa pesadilla. La brisa fresca entraba por
el balcón. Estaba silencioso y apenas empezaba a aclarar. Ella se dijo, “fue
tan sólo una pesadilla.” No sabía que esa pesadilla podría cambiar su vida
rápidamente, por eso, la olvidó y sonrió anticipando un buen día mientras
miraba un avión que desaparecía en una nube.
Más tarde, cuando vio el sol entrando a su
departamento penthouse en Waikiki, se levantó en su pijama rosado de ceda y
abrió la puerta corredera de vidrio que daba al balcón. De pie en el balcón, miró
al frente el mar azul mientras sentía la brisa fresca y miraba un yate que
avanzaba hacia el horizonte. Abajo en la famosa Playa de Waikiki, muchas
personas caminaban sobre la arena blanca mientras otros nadaban. Las palmeras
en los jardines alrededor del edificio se movían lentamente bajo el cielo azul.
Enseguida se bañó, se vistió, desayunó, y luego tomó su laptop y se fue a su
consulta donde trabajaba como psicóloga.
Cuando se subió a su Range Rover HSE, vio que eran las 8:30 horas
de la mañana y sonrió al oír KTUH radio de la Universidad de Hawai tocando una
de sus canciones favoritas. Ese miércoles, después que salió del
estacionamiento, ella se sumergió en el bullicio del tráfico en la Avenida
Kalakaua al frente de la Playa Waikiki. Era temprano. Afuera de los hoteles
frente a la playa, muchas personas se subían a buses turísticos mientras que
otros subían y bajaban equipaje. A ambos lados de la avenida, turistas vestidos con poleras, pantalones, y
aguallanas multicolores típicos de la isla, caminaban felices alrededor de la
playa y al frente de restaurantes, hoteles, y tiendas. Más adelante, se veían
turistas sentados en escaños verdes bajo la sombra de unas palmeras en frente
de la playa mientras que algunos niños saltaban y reían jugando a la orilla del
mar.
Poco rato después, ella subió por una calle
que serpenteaba un cerro llamado “Cabeza de Diamante.” A través del follaje a
la derecha, vio el mar azul con sus olas blancas. En la cumbre, se estacionó y
miró al frente al mar. Enseguida se bajó y vio a muchos jóvenes practicando
surfing. La brisa fresca de la mañana movía su cabello rubio largo y lustroso
sobre sus hombros. Cuando le tapó su cara, ella se lo echó para atrás con una
sonrisa.
De repente, el sol se escondió detrás de unas
nubes oscuras. Pensando que iba a llover, ella se apresuró para llegar a su
trabajo. Mientras conducía, pensó en la tarea basada en la
terapia cognitiva que le había asignado a su estudiante universitario
deprimido, Peter. Pensó que él todavía estaba a la defensiva después de algunas
sesiones para hablar de sus pensamientos inadecuados acerca de sí mismo y del mundo.
Cuando llegó al
edificio de treinta pisos con oficinas frente al mar, los enormes pilares en la
entrada principal le recordaron la gran mansión de campo de su familia. Incluso cuando llovía o estaba nublado, sonreía cuando llegaba al
edificio y caminaba a través del enorme lobby
de techo alto al ascensor y sus zapatos de tacón alto resonaban en el piso de
mármol. Esa mañana, la música clásica suave se escuchaba de fondo. Subió los
treinta pisos muy contenta. Cuando el ascensor abrió, ella se dirigió a su oficina.
Ahí, su secretaria, una mujer alta,
de piel bronceada, y pelo rubio sobre sus hombros vestida con un vestido
multicolor, la saludó sonriendo:
_Buenos días, Dr. Wellington.
-Buenos días, Marta –le respondió ella.
-Buenos días, Marta –le respondió ella.
En su oficina, Victoria se sentó detrás de su
escritorio y miró a su alrededor. Su oficina era enorme. Su gran escritorio de madera de cereza
estaba al lado de un enorme ventanal de vidrio de piso a techo con vista al
mar. El piso de mármol brillaba. Su silla y las dos sillas al frente de ella
eran de cuero de color café. En
una de las paredes estaban sus diplomas y en otra habían retratos de psicólogos
famosos. Uno de ellos era Freud. Cuando abrió su laptop, ella vio la agenda con
la lista de sus pacientes para ese día. Cuando su primer paciente, Peter,
entró, ella le ofreció café o jugo.
-Un café, gracias –le
contestó Peter en voz baja.
Victoria le dijo a su
secretaria que le llevara un café a Peter y uno para ella. Su secretaria rápidamente fue a prepararlos y estaba de vuelta con ellos
en una bandeja. Entonces, mientras Victoria conversaba
con su paciente, su celular sonó, pero ella no lo respondió. Antes que viera a
su próximo paciente, su celular sonó nuevamente, pero de nuevo no lo respondió.
Mientras leía en la ficha quien era el siguiente paciente se preguntó quién
pudo haber sido la persona que la llamó con insistencia. Miró su celular. Era
una llamada de Yannette, su hermana menor, de Chile. Esperó un rato y luego le
contestó. En segundos, tomó el celular y encontró que su hermana había dejado
un mensaje en el buzón de voz, “Hola hermana, nuestro padre está muy grave… ” Victoria
comenzó a llorar con mucha tristeza. Las lágrimas corrían por sus mejillas como
un río. Su voz se quebró cuando dijo, “Papá, que Dios y María santísima le
recobren su salud.”
Después de un rato, llamó a su hermana.
Temblaba mientras marcaba el número.
–Nuestro padre está muy grave –dijo Yannette
llorando.
–¿Qué le pasó?
–Está muy grave.
–¿A dónde lo tienen? –preguntó Victoria.
–En la cama –respondió su hermana llorando.
–¿Por qué no lo han llevado a la clínica?
–preguntó Victoria.
Su hermana guardó
silencio por unos instantes, pues no sabía cómo decirle la verdad a Victoria.
Pero luego, ella le dijo
llorando y sollozando:
–Nuestro padre
falleció.
Victoria se quedó en silencio por un largo
rato y dejó su celular sobre su escritorio. No podía creerlo. Después lloraba
con desesperación. Nunca había sentido tanta tristeza y
desesperación. Miró aquí y allá con desesperación. Luego, tuvo el coraje de
tomar el celular y seguir hablando con su hermana.
–Yannette –dijo Victoria.
–Hermanita nuestro padre falleció en mis
brazos, su muerte fue muy rápida.
–No puedo creerlo –dijo Victoria llorando
mientras pensamientos y imagines de su padre pasaban por su mente.
–Yo tampoco –contestó su hermana llorando.
Victoria pensó que a lo mejor su padre había
tenido un ataque y todavía estaba vivo. Por
eso le dijo a su hermana que llamaran a otros doctores.
–Victoria, yo sé que es difícil de aceptar,
pero ya está el certificado de defunción –dijo ella enternecida.
Victoria sintió mucha desesperación pensando
que a su padre lo habían dado por muerto cuando a lo mejor había tenido un
ataque. Ella se disgustó con su hermana y cortó la llamada. Lo ocurrido le dio
rabia. Victoria se puso furiosa. Pensó que seguramente estaban aburridos con su
padre enfermo y por eso no les importó pedir una segunda opinión. Después que
lloró por un rato, ella llamó a su hermana otra vez y le dijo que por favor
llamará a otro médico.
–¿Si quieres que llame a otro doctor para que
quedes conforme… lo haré? –dijo Yannette.
–Sí, por favor –le dijo Victoria como si
hubiese despertado de una pesadilla.
Muchos recuerdos, conversaciones, y imágenes bonitas de su padre pasaron
por la mente de Victoria. En su mente, vio la imagen de su padre muy clarita.
En un instante, muchas preguntas existenciales pasaron por su mente, como la idea
de que su padre seguía existiendo en el mundo espiritual y su memoria, pero no
en el mundo físico.
Minutos más tarde, Victoria se dio cuenta que
su petición que un segundo médico viera a su padre sería inútil, pues su padre
ya había fallecido. Entonces, pensó que su familia ya lo tiene que haber estado
vistiendo para ponerlo en el ataúd. Mientras ella reflexionaba, su hermana
Yannette la pasó a su hermana Carmen.
–Victoria, ¿cómo estás? –contestó Carmen con
su voz quebrada.
–¿Es verdad que nuestro padre falleció?
–preguntó Victoria con voz trémula.
–Si Victoria –contestó su hermana.
–¿Está tibiecito todavía? –preguntó Victoria
llorando.
–Sí.
–A lo mejor aún está con vida.
–No –dijo Carmen –el médico, su yerno, ya dio
su diagnóstico final.
–Pero… trata por
favor, de revivirlo dándole respiración boca a boca, así podría reaccionar
–Victoria dijo con desesperación.
–Está bien –escuchó decir a Carmen y fue a
darle respiración boca a boca a su padre.
La comunicación se cortó. Temblando, en un
estado de trance, Victoria caminó a la ventana de su oficina y la abrió.
Afuera, el cielo azul estaba cubierto con nubes oscuras mientras lloviznaba.
Mientras las lágrimas caían por las mejillas de Victoria, ella se preguntaba “¿Por qué
papá no esperaste un poco más? ¿Por qué no me dejaste verte vivo?” Sin dejar de
llorar, pensó que debía viajar a Chile lo más pronto posible.
Le dijo a su secretaria que cancelara todas
las sesiones para ese día y por dos semanas.
Luego, llamó a varias agencias de viaje, pero
ninguna le respondió. Con desesperación, se sentó en un sofá en un estado de
trance. Después se puso de pie y dijo en voz alta: “¡Papá ayúdame! Tengo
que llegar a tu lado y verte por última vez.”
Rápidamente, Victoria salió de su oficina
rumbo a su departamento. Afuera estaba lloviendo. Corrió bajo la lluvia hasta
su Range Rover. Cuando subió al vehículo, ella aceleró y condujo muy rápido.
Aunque ella se sentía muy triste y sus lágrimas le corrían por sus mejillas,
ella tenía la esperanza que de alguna manera iba viajar a Chile.
Ella disminuyó la velocidad cuando entró al
estacionamiento. De regreso en su departamento, ella se sentó en un sofá en el
living room y rápidamente comenzó a buscar información en la Internet sobre
vuelos a Chile. En algunas agencias de viajes, le respondían, “No hay vuelos a
Chile.” En otras, le preguntaban si tenía pasaporte. ¡Ella no lo tenía! Buscó
información acerca del pasaporte en la Internet. Era el atardecer y ella todavía no tenía
un billete de avión o el pasaporte. Desesperada, ella no sabía a dónde acudir
en busca de ayuda para conseguir un vuelo a Chile o un pasaporte. Victoria no
era de las personas que se daban por vencidas con facilidad. Después de haber
estado como una hora pensando cómo poder conseguir un pasaporte y viajar a
Chile, de repente, como si un ángel de la guarda la hubiese guiado a buscar la
oficina principal del pasaporte en Washington, llamó allí. Tan pronto que se
identificó y le explicó su situación a una persona, ella arregló una cita para
el día siguiente a las 9:00 de la mañana para hablar con alguien en el edificio
federal en Honolulu, donde emitían pasaportes. Victoria sintió un gran alivio. Nunca
pensó que las personas de ahí iban a ser tan humanitarias. Luego se dejó caer
en un sofá llorando mientras pensaba en su padre y en su pasaporte. Ella se decía que gracias a Dios se
había conseguido una hora para obtener el pasaporte.
Esa noche, casi no pudo dormir. Mientras lloraba,
le dieron deseos de llamar a alguno de sus amigos, pero luego pensó que era
bueno de llorar. Ella sabía que si llamaba a alguno de sus amigos, él o ella
iba a tratar de consolarla para
que no llorara. Pero, ella necesitaba
llorar para liberar su tristeza. La inseguridad si iba a poder conseguir
un vuelo a Chile la hacían sentirse muy triste y desesperada.
CAPITULO II
Al amanecer, la mañana siguiente, con la esperanza que le iban a poder dar un pasaporte en el Edificio Federal, Victoria todavía estaba llorando recostada en un sofá del living room. Tenía sueño, pues había pasado la noche en vela. Cuando el sol apareció en el horizonte, se puso de pie, se bañó, y se vistió con un vestido blanco y zapatos beige. Luego se dirigió a la oficina de pasaportes. No se maquilló esa mañana. Cuando se subió a su vehículo, ella pisó con fuerza el acelerador y el tiempo pasó volando. Antes de llegar al edificio federal, se detuvo en un estudio fotográfico y le sacaron una foto para su pasaporte. Ella no podía contener sus lágrimas mientras la persona trataba de tomarle una foto. En la foto, se veía joven como una adolescente, pero con sus ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar.
En el
Edificio Federal, ella se estacionó y bajó de su vehículo rápidamente y se
dirigió al enorme edificio de concreto de dos pisos y ventanales grandes. Eran
como cinco minutos para las nueve cuando llegó. Entró a un lobby y luego a la
oficina de pasaportes. Un
vigilante que estaba detrás de un mostrador le sonrió y le preguntó:
–¿Tiene hora?
-Sí.
-Por favor llene este
formulario –él le tendió un formulario para que ella llenara.
Cuando lo llenó y se lo dio de vuelta al vigilante, él le
dijo que esperara sentada hasta que llamaran su número. Ella le dio las gracias
y se dirigió a un asiento. Se sentó y le echó un vistazo a la fotografía para
el pasaporte. Sus lágrimas no paraban de correrle por sus mejillas. Ella nunca
pensó que iba a pasar por tal tristeza.
Más tarde cuando la llamaron, ella se acercó a
una ventanilla y un hombre la saludó y le preguntó en que podía ayudarla. Ella le
dijo su nombre y le explicó que había llamado a la oficina central de
pasaportes en Washington y que le habían dado una hora para conseguir un
pasaporte.
-Señorita Wellington, por
favor dígame si tiene el itinerario de su vuelo a Chile –le preguntó el agente.
-No lo tengo.
–No puede hacer ningún
trámite de pasaporte si no tiene el itinerario de su viaje –contestó el hombre.
–Es un viaje de emergencia. Mi padre falleció
y no he podido encontrar ningún vuelo –le señaló Victoria.
–Lo siento, pero necesito ver su itinerario
–contestó el hombre.
–Ayer vi que había un vuelo para hoy en la
tarde –le dijo Victoria.
–¿Pero cuál es el itinerario? –insistió el
hombre.
–Sale hoy día a las nueve veinte de la noche y
llega a Los Angeles mañana en la madrugada y está llegando a Santiago de Chile
a las cinco veinte el sábado en la mañana.
–El itinerario tiene que llegar aquí en forma
escrita –insistió el funcionario.
–¿Tiene Ud. que verlo? –le preguntó Victoria
frustrada.
–Sí –le contestó él escuetamente.
–Por favor, vea si puedo conseguir un
pasaporte sin un itinerario de vuelo.
–No se puede –le insistió el hombre.
–Trataré de buscar un vuelo… Muchas gracias,
¿puedo volver sin hacer otra cola? –le dijo Victoria angustiada y con sus ojos
hinchados de tanto llorar.
–Sí, claro –contestó él.
Victoria Salió del edificio y llamó a Walton
Bransford, uno de sus mejores amigos psicólogos, para que le consiguiera un
vuelo a Chile lo más pronto posible. Walton estaba trabajando en ese momento,
pero le dijo que no se preocupara porque le iba a conseguir un vuelo a Chile.
Sin el itinerario, ella no podía obtener un pasaporte y viajar a su país. Las
horas pasaban mientras esperaba que su amigo lograra ayudarla. Como a las 11:00
de la mañana, él la llamó para decirle que había encontrado el esperado vuelo.
El itinerario lo iban a faxear de inmediato. Victoria esperó una hora y como no
lo faxeaban entró a la oficina una y otra vez, para saber si habían enviado el
fax con el itinerario del vuelo.
–¿Llegó el itinerario de mi vuelo? –le preguntó Victoria al funcionario.
–No todavía –le respondió él.
Victoria le preguntó
a ese funcionario si podía avisarle cuando llegara el itinerario. Él le
contestó que “sí.” Victoria le dio su nombre y salió de la oficina. Ella
lloraba mientras caminaba por el pasillo hacia un ventanal de vidrio de piso a
techo con vista al césped salpicado con flores de los árboles. De pie junto a
la ventana, recorría con su mirada el césped mientras lloraba pensando que a su
padre lo estaban velando. Ella estaba desesperada por la inseguridad si le iban
a dar un pasaporte. Ella había
escuchado que los pasaportes se demoraban al menos dos semanas. El sol radiante
lo inundaba todo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. A veces
lloviznaba.
Rato después, desesperada, Victoria volvió a
la oficina y le preguntó al funcionario si había llegado el fax con el
itinerario.
–No señorita –le contestó él.
–Dijeron que lo iban a enviar de inmediato
–señaló Victoria.
–¡Pero no ha llegado! –le contestó él con
molestia.
Victoria salió de la oficina y fue a mirar
nuevamente a través de la ventana. Las horas pasaban y no le avisaban.
Ella volvió nuevamente a la oficina y le dijo
a otra persona que la ayudara.
–¡Por favor ayúdeme! –le suplicó Victoria.
–Sí… ¿dígame? –le preguntó la funcionaria.
–Son ya las 1:00 de la tarde y mi itinerario
de viaje que tenían que faxearme todavía no llega –le respondió Victoria con
angustia.
La funcionaria le pidió su nombre, “Victoria Wellington” le contestó ella.
La funcionaria lo anotó y fue a ver si el fax con el itinerario de su vuelo
había llegado. Este no había llegado.
–Por favor… ¿Podría buscar el itinerario de mi
vuelo en la Internet? –le preguntó Victoria.
–Es ilegal hacer eso –le contestó la
funcionaria.
–¡Por favor ayúdeme! –Victoria le suplicó.
La funcionaria la miró: –Bueno… lo intentaré
–le dijo compadecida.
Después de un rato la funcionaria apareció con
la información que Victoria tanto esperaba.
–Muchas gracias –le dijo Victoria muy
agradecida.
La oficina la cerraban en una hora más. La
funcionaria le pidió otros datos y comenzó a llenar la solicitud para completar
la información de su pasaporte. Durante un momento, Victoria salió del edificio
mientras le confeccionaban su pasaporte. Caminando por un pasillo que tenía un
techo de doble altura, Victoria sintió alivio de haber conseguido el itinerario
y poder viajar para ver a su padre, pero también se sintió triste al pensar que
a él ya lo estaban velando.
Afuera del edificio mientras esperaba el
pasaporte, ella llamó a su hermana.
–Yannette… ¡me conseguí el pasaporte y estoy
segura de que viajo! –le dijo con convicción.
–¡Qué bueno! –contestó su hermana.
–Llegaré el sábado, a las 5:20 de la mañana.
–Pero, a mi padre lo sepultarán el viernes en
la tarde.
–Por favor… consigue que me esperen un día más
–le dijo Victoria.
–Conversaré con las personas para decirte si
se puede esperar hasta el sábado –le contestó su hermana.
–Estaré muy feliz de ver por última vez a mi
padre… aunque sea en el ataúd –dijo finalmente.
Tratando que nadie se diera cuenta, Victoria
lloraba y sollozaba discretamente bajo el sol brillante de ese día mientras
caminaba por el césped del jardín del Edificio Federal.
Minutos más tarde, llamó a su hermana otra vez
y ella le contestó que sí se podía esperar. En algunos momentos le costaba
respirar y dejaba caer sus lágrimas mientras su hermana le contaba que su padre
se veía muy sereno en el ataúd, mientras los presentes le rezaban.
Por suerte, en menos de media hora, le
entregaron su pasaporte a Victoria.
-Aquí tiene su pasaporte, señorita –le dijo la
agente de pasaportes.
-Gracias, señora –le
dijo Victoria muy agradecida.
Enseguida, Victoria se apresuró a su Range
Rover mientras se sentía más tranquila y se decía, “Gracias a Dios me conseguí
el pasaporte que tanto esperaba.” Muy triste, se subió a su vehículo, salió del
estacionamiento, y viró hacia la calle donde se encontraba Ala Moana Shopping Center.
Luego comenzó a lloviznar y después… a llover torrencialmente. Conducía a alta
velocidad. Su vuelo salía a las 9:20 de la noche. Por eso tenía que hacer sus
compras de ropa, rápidamente, pues no tenía ropa negra. Sabía que su familia
tradicional andaría usando negro, por eso, ella también tenía que usar ropa de
ese color.
Ya en el shopping
center, primero compró zapatos, luego algunos trajes negros de marca Channel y
finalmente los bolsos y maletas.
En el interior del shopping, se escuchaba el
bullicio de las personas que caminaban en todas direcciones.
Luego, cuando salió del
centro comercial, se precipitó a su vehículo y condujo hacia su departamento.
Afuera, ya estaba oscuro. Durante el camino, ella llamó a Walton para que la llevara al aeropuerto. Entonces,
tan pronto que Victoria llegó a su departamento, ella puso la ropa en la mesa
del living room y comenzó a sacarles las etiquetas. En eso estaba cuando Walton
llegó y la ayudó a sacarle las etiquetas a las ropas. Ellos eran casi de la
misma edad y se llevaban muy bien. De repente cuando Walton tomó una blusa
blanca, un sostén se enredó en un botón de la blusa. Trató de desenredarla,
pero parecía que el sostén estaba pegado a la blusa. Victoria rió un poco avergonzada
cuando tomó el sostén y trató de desenredarlo. Las horas pasaban y afuera
seguía lloviznando. Entonces, terminaron el embalaje de las ropas en la maletas.
Por fin, estaban listos para salir. Ella estaba cansada y sentía hambre, pero
ni siquiera tuvo tiempo para comer algo.
Ni siquiera se cambió de ropa porque tenía que estar en el aeropuerto de Honolulu una hora
y media antes de la salida a las 9:20 de la noche. Ya eran las ocho y
diecisiete.
CAPITULO III
En minutos, Victoria y Walton salieron y se
precipitaron al aeropuerto en el vehículo de él. Ella sudaba mientras conducían
a través del tráfico denso en Waikiki. “Oh, Dios mío,” Victoria susurró con
ansiedad mientras avanzaban lentamente hacia el aeropuerto. Era tarde y había
mucho tráfico. Él hizo un gesto frustrado cuando el tráfico ni se movía.
-Dios mío, el tráfico no avanza –dijo Victoria desesperada.
Él se levantó un poco de su asiento y asomó su cabeza por la ventanilla.
Pasándose las manos por su pelo, él le dijo:
-Debemos girar a la
izquierda en el siguiente semáforo para salir de este atasco.
-Está bien, sólo quiero llegar al aeropuerto a tiempo -le dijo Victoria
con desesperación. A
ella le hubiera gustado de salir del vehículo y correr hacia la otra calle
paralela para tomar un taxi al aeropuerto. Ella sabía que de alguna manera
tenía que llegar a Chile. Por suerte, salieron del atasco de tráfico y entraron
en la autopista. Walton condujo peligrosamente sobre el límite de velocidad en
la autopista despejada. Cuando estaban a mitad de camino al aeropuerto, ella se
sentía arrepentida de no haber llamado a su ex novio. Mientras conducían en
silencio, ella deseaba que su exnovio no hubiese sido tan controlador y celoso.
Ella recordó que habían peleado porque él había hecho un escándalo cuando la
vio conversando con un amigo. Al principio, ella pensó que su romance iba a
terminar como en un cuento de hadas donde el príncipe y la princesa viven
felices para siempre, pero él se puso demasiado posesivo. Entonces, llorando,
le dio las gracias a Walton por haberla ayudado. Durante el camino, su amigo
trató de consolarla, pero ella lloró todo el camino al aeropuerto. Las lágrimas
rodaban por sus mejillas mientras recordaba a su padre feliz cuando conversaron
la última vez que lo vio.
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